Cuando sueño contigo no me despierto de otro modo. Pero me acuerdo siempre de la luz que tienes, la de tus ojos y tu cara y tu pelo (siempre digo lo mismo, que repetitiva, que cliché) y-tus-o-jos-a-azu-les. Qué ridículo pensar que escribo para una persona que no existe y que veo en los sueños como una luz tan fuerte que me hace despertar como si fuera el sonido de una ambulancia. ¿Por qué no quieren que sueñe contigo? Tu luz me despierta y me alerta. Qué ridiculez hablar siempre de lo mismo. Como si no tuviera nada para decir. Como si no tuviera nada para escribir. Como si no tuviera que trabajar, ahora, sí, ya. Como si en éste mundo no hubiera más luces, más colores, más miedos, más personas. Qué ridiculez, como si uno pudiera elegir: ésta noche elijo no soñar contigo porque tu luz me despierta y no sé en qué estado quedarme. Qué ridiculez, como si pudiera elegir en qué estado quedarme. Como si pudiera elegir entre la luz tuya en mis sueños, o la la luz mía, o la luz de la mañana de domingo. Qué ridiculez. El domingo, qué ridiculez. Y yo aquí, intentando elegir lo inelegible. Como si uno pudiera elegir palabras que no existen o quizás sí pero no conozco. Qué ridiculez, como si uno pudiera elegir entre tú y las miles de luces con las que uno puede soñar.