Anoche fui al cine. Pensaba ir acompañada pero los planes mutaron y también cambié el auto por mis pies. Cuando salí del apartamento, apenas llovía. Empecé a caminar rápido, llegaba tarde. De repente llovía cada vez más fuerte. La ventaja de pasar por el barrio chino: locales infinitos y comprar un paraguas en el camino. Aquí, cuando llueve, llueve fuerte; todo se inunda. Buenos Aires y su locura, Buenos Aires y su intensidad. Me hizo caminarcorriendo dando salticos en cada esquina. Fueron 10 minutos con paraguas nuevo, pero mojada de pies a cabeza, hasta que llegué al cine de Belgrano. Pensé que llegaba tarde pero no. Pensé que podía comprar una copa de vino, pero no vendían bebidas con alcohol. Y paradójicamente, no quería comer nada, ni siquiera crispetas. Esas dulces dulces que me gustan a mí.
Entré sola, con un boleto que sobraba y la peli que no había empezado, por suerte.
La sala no estaba llena, pero escuchaba risas de mujeres grandes, viejitas; besos de parejas que eligen este como plan total para superar al lunes. Escuchaba los sonidos del pochoclo en las bocas ajenas y también me escuchaba a mí. A mi cuerpo… escuchaba cómo dejaba que cayera el peso de mi misma sobre una silla roja, grande y cómoda. Merezco descansar, pensé. No tenía expectativas, solo la recomendación de una amiga que le gusta el cine, la música, los detalles. Que no es poca cosa, eh! Y vaya sorpresa.
Cuando la película terminó, yo seguía con toda la ropa mojada, pero un poco más liviana, un poco más feliz. Me encantó reconocerme -o más bien- recordarme en lo feliz que puedo ser con la simpleza: un amanecer, el movimiento de un árbol, una foto, un trago, el libro, montar en bicicleta, una planta, comida caliente, sanduchitos de miga, la luna, la música, las personas.
Reconocerme y reencontrarme con los dos pies sobre la tierra, sonriendo, viendo una película sola.
Nombre de la película: Perfect days
Director: Wim Wenders